Hagamos ahora una simple prospección, para no sumergirnos en los 2.747 términos distintos (no entradas) que, según el DRAE en CD ROM hay en el diccionario. Para ello, nada más imparcial que tomar las eñes que aparecen en la A, en la primera letra. Se puede decir que, en principio, he elegido las más importantes, las más utilizadas, aunque incluyo la lista de las 81 palabras que he encontrado, página por página, en el Casares , que es un diccionario más antiguo que La Tana.
Acompañar. Ya sé que habría que remitirse directamente a ‘compañero –a’, o a ‘compañía’, pero a veces los verbos aportan algo extra por el hecho de ser una acción. Y, por otro lado, nos permiten apreciar su estructura formal, es decir cuáles son las partículas que forman la base y cuáles podrían ser añadidos (prefijos o sufijos no gramaticales) que la adornan. Así, observamos que existen otros verbos (en los sustantivos es más difícil rastrearlo, porque se han conformado de otro modo) que terminan en PAÑAR, como ‘apañar’ y ‘empañar’. Podríamos colegir, entonces, que ‘pañar’ es la sustancia principal y A, EM y ACOM (tal vez originariamente COM o CO) son prefijos que producen variaciones sobre la misma base original. La cuestión es que no sabemos qué podría significar ‘pañar’.
Corominas dice de la etimología de ‘acompañar’, o de ‘compañero’, algo relacionado con personas que comparten el mismo pan. Me gusta. El problema es que tanto ‘apañar’ como ‘empañar’ los remite a ‘paño’.
En cualquier caso, no me preocupa tanto la etimología de las palabras como los componentes emocionales que portan en su sonido, en su música, como ya dije. Y esto solo puedo hallarlo de una manera intuitiva. Cuando Miguel Hernández escribe: “Compañero del alma, compañero”, en su elegía a Ramón Sijé, creo que está haciendo vibrar esa cuerda con mucha intensidad. Compañero es mucho más afectuoso, más íntimo que amigo, o al menos, más profundo, aunque la amistad sea algo más duradero tal vez. Un compañero, podría decir yo, es alguien con el que comparto la EÑE.
Más contractual, parece. Más en cada presente, como cuando se convive en un largo viaje. No en vano los anarquistas han utilizado la palabra compañero o compañera en sustitución de esposo o esposa, palabras éstas que dan más idea de unión permanente (hasta que la muerte los separe, que se dice). Los maoístas, sin embargo, que deben de preferir la fidelidad (ideológica) hasta el final, utilizaban el término “compañero de viaje” para referirse a alguien válido sólo mientras dure el viaje hacia la revolución, un colaborador circunstancial, a la larga no demasiado fiable. Así les fue a los maoístas.
Acuñar. Poner el cuño o troquel con el que se sellan la moneda, las medallas y otras cosas análogas. Impresión o señal que deja este sello.
Quiero subrayar la diferencia ostensible que hay entre ‘acuñar’ y ‘acunar’, para los que aún tengan la tentación de asimilar automáticamente la eñe a la ene. Hay muchísimos otros ejemplos que demuestran las enormes diferencias (y que ilustran acerca de sus particularidades), como por ejemplo entre ‘pena’ y ‘peña’, ‘mono’ y moño’, ‘anejo’ y ‘añejo’..., por poner solo unos ejemplos.
Acuñar es dejar una impronta en el seno de algo; es poner una firma personal (o un signo representativo) en el duro metal. Se acuña con fuego, se penetra en la materia y la marca queda indeleble. Estamos, pues, ante una acción que sugiere dotar de identidad, de significado, de vida propia a algo que era anónimo e inerte.
A lo mejor, ahora que lo pienso, tampoco está tan alejado esto de ‘acunar’.
Adueñarse. Es el acto de tomar posesión de algo que anteriormente no era propiedad de uno. Se refiere a ese instante, tal vez fugaz (robo, apropiación) de uso de la fuerza, de habilidad, de maña, en que el sujeto ‘se hace con’ el objeto o la situación. Un golpe de mano.
En cierto modo se puede asociar perfectamente con apañar: Recoger y guardar alguna cosa. Asir. Apropiarse, con ‘apañuscar’ (preciosa palabra, con la explicación del Casares): Coger y apretar entre las manos alguna cosa, ajándola, y con apuñar o apuñear: Apretar la mano para asegurar lo que se lleva (naturalmente, en el puño). Hemos pasado, pues, de lo general a lo particular o, mejor dicho, de lo abstracto en el acto de poseer (adueñarse) a lo concreto (apuñar), y todavía podemos ir más dentro (o más abajo) en la connotación que hay en ese hacerse dueño, guardar para sí, con la expresión arrebatiña: Acción de recoger precipitadamente alguna cosa cuando son varios los que pretende apoderarse de ella. Todo es meter para dentro, con distintos estilos y en distintos ámbitos, ¿no? Y en todos los casos veo implicaciones arteras.
Por otra parte, en adueñarse no podemos dejar de hacer referencia a la palabra ‘dueño’. Baste decir que en la lírica amorosa, “mi dueña” era mi enamorada. El DRAE dice de dueño: (Del lat. dominus. El que tiene dominio o señorío sobre persona o cosa. (...) Es fantástico: dominus es ‘señor’ y, evidentemente, ha producido también dominio, dominar (y domeñar, que es más, que es someter por la fuerza a alguien que se resiste). Pues bien, ‘dueño’ parece que junta esos dos significados.
Además, para mí, tiene más carga personal, hay implicadas más vísceras en el hecho de ser dueño de algo o de alguien que en el hecho de poseer, tener, disfrutar de.
Alimaña. Viene de animalia, según Corominas (“los animales”, en latín), pero quedó para uso solamente de los animales perjudiciales. Es curioso lo que pasa con la evolución de las palabras. La eñe le da al concepto de animal un carácter intrínsecamente perverso. Y así se emplea también en sentido figurado: llamar alimaña a una persona es calificarla de malvada, pero malvada sin sentimientos, cruel o despiadada. Una alimaña lleva el mal tan dentro, forma parte tan de su esencia, que uno pierde el tiempo depositando en ella la más mínima confianza.
Tampoco debemos pasar por alto el componente de habilidad maligna que sugieren las dos últimas sílabas de ‘alimaña’, y a las que ya me referí anteriormente.
Añadir. Tenemos que el origen es addere, del verbo addo. Additum es adición, suma. En todo caso podía haberse convertido simplemente en ‘adir’, verbo sólo utilizado en la terminología legal para referirse a la aceptación de una herencia, y en Aragón (distribuir, repartir equitativamente), que no tienen mucho que ver con el concepto ‘añadir’. Y sin embargo esa raíz ‘adi-r’ está presente en palabras como aditamento, adición o aditivo.
Corominas ha encontrado su uso por primera vez hacia 1.140 bajo la forma primitiva de ‘eñadir’. Nos viene al pelo, ¿no?. Eñe-adir.
No puedo dejar de sugerir una idea, de nuevo basada en la ciencia de la intuición: si tuviéramos que definir plásticamente las acciones de cada uno de los siguientes verbos, en apariencia sinónimos, comprobaríamos que la nota eñe es crucial para establecer diferencias:
adjuntar sumar adicionar agregar añadir
Los tres primeros, desde luego, podrían describirse como acciones de colocar un algo al lado de otro algo para luego poder considerar al conjunto como un todo. ‘Agregar’ también, aunque parezca menos claro: agregar: Unir o juntar una persona o cosa a otras. Y gregario: se dice de los animales que viven en rebaños o manadas. O sea, unidades indisolubles excepto si el conjunto se considera como unidad.
Sin embargo, ‘añadir’, para mí, tiene connotaciones de algo que se agrega a un todo para ser mezclado en su seno y conseguir un nuevo todo transformado. En este sentido, se utiliza, lógicamente, en el arte culinario, en la química... Bien es verdad que no exclusivamente, porque se emplea también en todo tipo de situaciones como sinónimo de adjuntar y de agregar.
En el arte culinario, se utiliza también el verbo aliñar: Casares: Preparar, aderezar, condimentar. Hay otra acepción que da este mismo diccionario y que también concuerda con la idea de interiorización: arreglar o concertar los huesos dislocados. Y arreglarse, para no parecer desaliñado (desarreglado, desaseado, descuidado.) El aliño (DRAE: 3. disposición para hacer alguna cosa) no deja de ser algo muy personal.
Añejo. Seguramente aquí hay que hacer referencia a ‘año’, pero me parece relativo. En cierto modo puede ser independiente de esta palabra, porque no indica un periodo de tiempo concreto. Añejo: (Casares) Que tiene mucho tiempo. Añejo: (DRAE) (De latín anniculus, de un año.) Dícese de ciertas cosas que tienen uno o más años. Y lo cierto es que un trozo de tocino se puede poner añejo mucho antes de que haya transcurrido un año.
Desde luego no es lo mismo que ‘viejo’ o ‘antiguo’. Hay en la calidad de lo añejo algo reconcentrado, casi siempre un sabor que se ha intensificado, a veces hasta estropearse y, especialmente, por el valor que adquiere ese sabor más acendrado). ¿Se emplea, en sentido estricto, solo con respecto a alimentos que fermentan: vino, queso, embutidos...? ¿Solo con respecto a cosas que estaban vivas?
Añicos. Algo que se hace añicos es algo que se rompe en fragmentos muy pequeños. ‘Añicos’ es una palabra mucho más dramática, por decirlo así, que ‘pedazos’, ‘trozos’, ‘fragmentos’... Los veo plásticamente como cachitos caídos en el suelo, cada uno de ellos con un poquito de vida latiendo en su seno, pero con la imposibilidad de reunirlos para formar la vida completa del objeto. Se aplica también a personas destruidas física o moralmente.
La eñe aquí es el elemento que une esta palabra con otras citadas anteriormente: parece que hay ocasiones en que las personas se sienten en la necesidad de apañar, apuñar o incluso apañuscar determinadas cosas muy importantes para evitar que caigan y se hagan añicos.
Añil. Qué decir del color añil, o índigo, uno de los más misteriosos tonos del arco iris, puesto que es autónomo e independiente del azul y del violeta. Ese color que, añadido al agua del último aclarado de la ropa blanca, la hace más blanca...
Año. Del latín annus. Creo que es una de las principales ciudades del reino de la Ñ. Aunque Corominas hace derivar la cosa hacia animales de granja que tienen un año (annuculus: añojo), yo veo que la palabra tiene relación con ‘anillo’, o sea, con ‘ano’ (anillo es evidentemente el diminutivo de ano). Anillo es anulus en latín, y ano no lo encuentro en este puñetero y represivo diccionario Spes, de mi época de bachiller, que tiene el Nihil obstat el 21 de Septiembre de 1949 y el imprímase de Gregorio, obispo de Barcelona. Porquería total. Bueno, no importa. Pero si ano y anillo son la circunferencia, año es lo que hay dentro, el círculo.
Ano/año. Parecida a la transposición ene/eñe que se da en cono/coño, anteriormente citada. Es decir, como mi amigo Fernando Sotuela colige con magnífico criterio alquimista, nos encontramos con los dos polos de un mismo concepto, con lo yin y lo yang, lo prominente y lo cóncavo, el continente y el contenido juntos y unidos casi en la misma palabra (el casi se refiere a la tilde de la Ñ). Los conceptos opuestos habrían surgido siempre, como gemelos, de una primigenia unidad.
Porque, desde luego, un año no es tan solo una medida exacta del tiempo, trescientos sesenta y cinco días y pico, o, según la definición del diccionario, el tiempo que transcurre en una revolución real de la tierra en su órbita alrededor del sol. Es justamente lo que puebla, lo que habita esa medida vacía, esas casillas compuestas de días y de minutos, o bien llenos o bien aún por llenar de vivencias pasadas o futuras, de lluvias y de sequías, de venturas y desventuras, de nacimientos y muertes.
Anillo de tiempo, sí, pero con la eñe, para reforzar las connotaciones vivenciales, emocionales que, indudablemente, posee el transcurso del tiempo.
Añoranza: Aflicción causada por la ausencia (Casares). Poco hay que decir de esta palabra que no esté ya dicho en el sonido de esa eñe. Si le quitásemos la primera A se quedaría en “ñorar”. No existe este verbo en el diccionario, pero ¿a qué otro verbo lo asimilaríamos, y tendría casi demasiada carga de compasión? Para dar pistas innecesarias, digamos que Corominas pone en el origen de ‘añorar’ el catalán enyorar.
Hay, en todo caso, suficientes componentes de afectividad, de sentimiento íntimo y profundo, de emoción estancada, como para considerarlo como un perfecto caso de afianzamiento de la hipótesis que queremos demostrar.
Morriña, por cierto, es uno de sus sinónimos, en gallego. Morrer: morir. Murria (Dicc. X. L. Franco): melancolía, tristeza. Morriña (¿murriña?) es su diminutivo, pero reduplica su significado con esa eñe.
Mención aparte deberíamos otorgar a ese sufijo -iño, -iña que, en gallego, es un diminutivo siempre cariñoso pero también profundo, intimista, entrañable, y que se adapta perfectamente a nuestra idea. Pero doctores tienen los gallegos para hablar de ese tema.
Añudar. Ésta es la única palabra que traigo aquí de la A+Ñ que no es importante, es más, me parece que ni siquiera está en uso actualmente, aunque el DRAE no le pone la abreviatura ant., de anticuada. Significa ‘anudar’. Pero una cuerda añudada me parece mucho más difícil de desatar que si solo está anudada.
También tenemos añublar: anublar (o sea, nublarse). La impresión es la misma. Tiene mucha más fuerza la expresión antigua.
Araña. ¿Se podría decir que una araña araña? No es exactamente la acción que más le cuadra. Yo diría que una araña pica, o muerde. Pero, pese a esa similitud (o igualdad, mejor dicho), no buscaría yo por ahí.
Consulto el Covarrubias, el primer diccionario de la lengua española, que nos dice que proviene del verbo arach, hebreo, que significa ‘tejer’, y además cuenta Ovidio en una fábula que una doncella libia, Arachne, gran hilandera, quiso competir con la diosa Palas, perdió la apuesta y, humillada, se ahorcó. La diosa le salvó la vida pero la convirtió en “el animalejo infecto dicho araña”. Velázquez se inspiró en este mito para pintar sus Hilanderas. Arachne nos puede llevar a Ariadna (también con su hilo para sacar a Teseo del Laberinto del Minotauro).
Hay engaño, triquiñuela, artimaña, añagaza, una vez más. Una sorpresa oculta. Es realmente expresivo que para describir cómo se teje una tela de araña (una trampa mortal para un insecto que caiga en su seno), se utilice la palabra ‘urdir’. Porque, además de telas (con la urdimbre del telar), también se urden trampas.
Arañar es otro cantar. Covarrubias, que es maravilloso, dice: rascuñar, hacer rascuños con las uñas. Y díxose araño de arar, porque dexa arado el cuero. Siempre vamos hacia el interior, hacia lo profundo, aunque sea de la corteza de la tierra, o de la piel. Y cita la prohibición de las leyes de las doce tablas de que las lloraderas o ‘plañideras’ se arañasen la cara en las ceremonias de enterramiento. Debían de dejársela llenas de surcos de dolor (eso sí: a tanto el surco).
Bien. Aquí lo dejamos, por el momento. Sólo añadir un dato curioso que me ha hecho llegar Arsenio, mi amigo asturiano. El concejo de Ponga, cuya capital es San Juan de Beleño, debe de ser la zona donde más se utiliza la eñe. La toponimia del entorno no deja lugar a dudas. Existe una Peña Ñorín, una Collada Ñochendi, La Ñabella, Ñaredi, Ñaceru, Ñazambrales... Y luego, en su habla, han sustituido la ene inicial de muchas palabras por una eñe. Y se sienten tan orgullosos de ello que tienen hasta una copla que dice así:
“Si ñon fuera por el ñon, los ñabos y la ñavaya, xente como la pongueta ñon la había en toa España.”
Me gustaría ir un día a conocerlos. Debe de ser gente tierna, cariñosa y muy suya. Entrañables, vamos.