He tomado la palabra fe
(una f pura) como capital del territorio de esta consonante, y es a aupado a ella y tratando de limpiarla de connotaciones dogmáticas como me he guiado en esta compleja y lenta búsqueda. La clave ha sido la
comprensión de que la fe (concepto anterior a cualquier religión, sin duda)
solo puede ser una herramienta de búsqueda activa (un vehículo para avanzar)
hacia un territorio desconocido, ajeno al estado vigente del individuo en cada
momento dado. Fe como concepto y fer (‘hacer’, antiguamente) como verbo indeleblemente
asociado a él, son los constructos sonoros que transmitirían sensitivamente la actitud, disposición o impulso (en
definitiva, la activación o realización) necesarios salir de la
aparente comodidad de lo conocido, del estado actual de las cosas, para buscar y tratar de
lograr algo que consideramos mejor pero que sabemos que está fuera de
nuestra realidad, un paso más allá de lo que hasta ahora hemos conseguido, un
nuevo estado a alcanzar, y como tal, siempre en el universo de lo utópico, de lo proyectado, del
deseo. Fe, por tanto, tiene que ver con fuera y sobre todo con hacer (fer) porque la fe
no es una especie de don pasivo, sino, al contrario, un movimiento interno, un
acto voluntarioso (acto de fe). Como tal, podría considerarse que es la base
primordial de toda acción humana. La primera acción con intención y
voluntad. O tal vez el componente
actitudinal básico para emprender cualquier acción o expectativa de acción
relacionada con lo humano y con su capacidad de ejercer el libre albedrío.
Por eso, su sonido, en especial la sílaba [fe], forma parte
de la estructura (sobre todo como inicio) de verbos, adjetivos y sustantivos
con un componente volitivo de índole superior. Tiene un alto grado de
universalidad esta relación, pues hacer en francés es faire, en italiano facere,
en portugués fazer, en árabe f’al (فعَل)…
Fe es el sustantivo más corto
en el idioma español (está compuesto por sólo dos letras), lo que indica su
inusual importancia y su pureza sonora, y dispone de un verbo, que es el verbo fiar. No olvidemos tampoco que tanto la
palabra hombre como la palabra hembra contienen en su primitivo origen ese
sonido f (homo – omo – fomo, fémina [femenino] – hembra – fembra), así como muchos
conceptos relacionados con la familia: hijo (filium), fecundidad, falo, follar,
…
Desde este punto de vista, la fe hay que
considerarla como una fuerza, una forma de energía, un apoyo activo desde
el que uno es capaz de tomar impulso para ir hacia lo desconocido, y que, por
lo tanto, se enfrenta al miedo. Y es por eso por lo que la idea de fuerza, en
español, se define como potencia dinámica, como capacidad para mover
“algo o a alguien”.
Fuerza. 1. f.
Vigor, robustez y capacidad para mover algo o a alguien que tenga peso o haga
resistencia; como para levantar una piedra, tirar una barra, etc. No
sabemos si podríamos decir lo mismo de strength
(fuerza en inglés), que parece un concepto cuyos sonidos nos hablan más de
cualidad intrínseca, como capacidad, como vigor, o como voluntad.
En español, el significado de fuerza, como la propia pronunciación indica, pertenece claramente al
terreno de las realizaciones, de los hechos, más que al de las ideas.
Expliquemos esta dicotomía: En el acto respiratorio, la aspiración está
simbólicamente asociada a lo receptivo, a lo alimenticio, a lo actitudinal, al
mundo de las ideas y los proyectos. Lo dice aún la propia palabra: “aspiro a
ser ingeniero”. Su sinónimo, inspiración, tiene connotaciones receptivas aún
más marcadas (hay que “recibir la inspiración” para crear). La espiración
representaría en cambio el mundo de las realizaciones, de los actos, del verbo
en el sentido bíblico. Y es cierto que (salvo esa microscópica excepción con el
sonido M) solo podemos hablar mientras espiramos aire. Tiene un enorme sentido.
Pues aunque creemos que podemos pensar y elucubrar cuanto queramos sin que eso
provoque transformaciones en el mundo que nos rodea (digamos más bien de modo
constatable y tangible), decir algo, sin embargo, “dar fe” (curiosa expresión,
que literalmente es contradictoria con su significado, puesto que la fe ni se
puede dar ni autentificar), o lo que es lo mismo, “pronunciarnos”, supone ya
intervenir de una manera fehaciente e
irreversible en la realidad. Hablar pertenece al mundo de los actos. Hay
cientos de ladinos y renegridos refranes castellanos que advierten de ello.
De este modo, modulamos nuestros actos verbales no solo en
cuanto a los significados conceptuales y lógicos (codificados y pertenecientes
al acerbo común) que transmitimos a las mentes que nos rodean, sino también, más
subjetiva e intuitivamente, en cuanto a las formas, ritmos y sinuosidades en
que expulsamos dicha energía respiratoria.
Pues bien, el sonido efe es el que representa de una
manera más clara y más directa la expulsión de ese aire, la acción exteriorizada, o (en la dualidad aristoteliana potencia/acto)
el acto.
¡Ufff...!, exclamamos, o mejor dicho, resoplamos para
conjurar y renegar de aquello que deseamos mantener fuera y alejado de
nosotros, como el que se libra de algo que le tenía atrapado desde dentro.
¡Fuera! ¡Fú!
Fuerza, fama, felicidad, favor, felonía, fumar, falo,
fiereza, frío... El sonido «f» nos señala inicialmente, como primera impresión,
lo que por sus atributos o su esencia pertenece al mundo de fuera, al exterior,
o que hay que producirlo, buscarlo, verlo, o expelerlo fuera de nosotros.
La palabra fuego es muy expresiva a este respecto.
Fuego es sinónimo de combustión celular, de puesta en movimiento de cualquier
aparato mecánico (incluidos los eléctricos y los electrónicos, obviamente), de
activación energética de todo aquello que tiene vida. En todo lo que se mueve,
transforma o modifica interviene el fuego (hasta en el viento o las mareas,
pues no hay que olvidar que el sol es una ingente bola de fuego).
Todo esto me lleva
a postular una idea un tanto atrevida pero enormemente sugerente: hay algo de esperanzador, de elevado en el sonido efe. Es importante recalcar que me refiero al
sonido de una consonante, y no, evidentemente, al término, a la palabra, al
concepto global en el que está incluido dicho sonido como uno de sus
constituyentes. La palabra fetidez,
por supuesto, no es nada idealista, pero sí puede contener un inicial componente
emocional de sublimación, de alta expectativa (en este caso en forma de
fracaso, por culpa de los sonidos que la completan). Es algo parecido a una
expresión sincrética de lo humano en
su sentido más evolucionado, más idealizado, más ilusionante y positivo y, en este aspecto, opuesta al sonido de la
J. El fiat lux, hágase la luz, el fermento de la vida, lo
inmaterial activo, el fatuum o hado, el motor primero, la acción más
pura, la aspiración tal vez más inalcanzable, pero energía o impulso inmaterial
hacia algo mejor.
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