13/7/11

J 1 - El sonido J (+ GE y GI)


Energía muy primitiva, desinhibida, atrevida (sexual-rijosa), lo contrario de sutil y delicada, visceral en muchas ocasiones (despectiva, de repugnancia, festiva, gastronómica.) Su sonido puro, sin nada más (“jjjj...”), puede indicar asco o también rabia profunda, sobre todo con la vocal “o”. El término más afinado que se me ocurre para definir su esencia es desparpajo.

Realista, extrovertida, puede ser pronunciada con énfasis de intensidad y de prolongación en el tiempo. Suele suavizarse mucho (en todo el sur —Andalucía, Murcia, Canarias...— en Extremadura, en todos los países latinoamericanos...)
Los madrileños castizos, por el contrario, la exageran a veces, y la extienden incluso fuera de su campo, o sea, transforman en J la unión de S y C. “Pero e je...” (“Pero es que...”)  “Lo peor e juando...” (“Lo peor es cuando...”)

No llega a ser, sin embargo, tan enfática (velarizada, faríngea) como las árabes, pero su pronunciación se localiza muy abajo. Quizás es la más profunda de todas las consonantes, la más gutural. Propongo esta sucesión, de abajo arriba, (en lo que me gusta llamar la “Caverna sonora”): JA-GA-KA-RA-LA-NA-SA-TA-DA-ZA. Si nos fijamos en el desplazamiento del lugar de vibración de esta serie de sonidos, desde la garganta hasta los dientes, siguiendo la trayectoria del apoyo de diversas partes de la lengua sobre el paladar, comprobaremos que es la más profunda de todas [1].

Curiosamente, aunque no entre en la serie mencionada, por no ser gutural, ni palatal, ni alveolar, ni dental, la eñe es quizás la más alta, pues vibra no solamente en la zona nasal, como la ene, sino que además necesita resonar incluso en los senos frontales. Hay, al menos en su localización, una curiosa oposición, pues, entre la eñe y la jota. Son la más alta y la más baja, respectivamente. Naturalmente que la ubicación de su sonido tiene, para mí, gran importancia. El hecho de que la eñe, como hemos estudiado, haga referencia a sensaciones y emociones afectivas de una relativamente elevada sensibilidad parece llevarse bien con el hecho de que su vibración se genere en la parte más superior de los órganos fonadores. Y, a su vez, el hecho de que la jota suene en la zona más baja de los mismos parece muy consecuente con respecto a los matices senso-emocionales que expresa. La garganta, pasada la antesala de la boca, es el comienzo de la parte interna del sistema digestivo (y, en circunstancias especiales, también del respiratorio, es decir, cuando no se puede hacer uso de las fosas nasales). Para aclararnos la garganta o para librarnos de alguna partícula molesta que haya adherida a ella, pronunciamos una jota bastante salvaje, aparentemente sin vocales. El “ejem, ejem” de los tebeos es la trascripción verbal de este gesto cotidiano cuando se ejecuta de un modo socialmente aceptado. El quejido de dolor físico intenso se expresa también mediante el sonido jota. “¡Aggg...!” El asco y la repugnancia también: “¡Puajjj...!” Y, por supuesto, la risa, “Ja, ja, ja...”, “¡Ju, ju, ju...!”, con todos sus matices, como ya veremos algo más detalladamente.
El color rojo, aquel en que más se manifiesta este sonido, es símbolo del fuego, representa la violencia, la ira, es señal y aviso de peligro. Es el color que posee la frecuencia de onda más baja visible por nuestro ojo.

Diríamos pues, que, en concordancia con su localización sonora, la jota expresa las emociones más primarias, menos elaboradas intelectualmente, más profanas, más viscerales. El asco y la repugnancia incluidos. Hay algo de radicalmente primitivo, glandular, instintivo en su vibración. Es tal vez por eso por lo que en prácticamente todas las zonas hispanohablantes menos ásperas y feraces que Castilla se ha elevado el lugar de su pronunciación casi imperceptiblemente, pero lo suficiente como para sacarlo de la garganta. Con lo cual se ha aligerado su fuerza y se le ha quitado esa rasposidad gutural. Se ha transformado en una hache aspirada. En italiano, ni aparece. En Francia suena un poco más fuerte que nuestra Y griega. El alemán (en la CH de Ich = yo, o de Bach) y el ruso sí lo conservan. Y es merced a que su sonido es absolutamente desconocido para el idioma inglés, el del imperio, por lo que tenemos que sufrir transcripciones tan impronunciables para nosotros como “Khrushev” (por Jruchev) o “Khartúm” (por Jartúm). Y es que lo más parecido a un sonido J para un anglosajón (que no para un francés) es la unión de K y H sonora, sin ningún sentido para nosotros (ni para los franceses), pues nuestra H es muda.




[1] Aunque, como sabemos por la fonética, muchas consonantes, dependiendo de los sonidos que les precedan o sucedan, se pronuncian de modo diferente.

2 comentarios:

  1. Laura15:23

    Me gusta mucho como pones cualidades a los sonidos, la sensibilidad descifra cúal es su nombre, su carácter, que se esconde detrás de su pronunciación. Me gusta esta forma de verlo! Te seguiré leyendo fielmente.

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